Volando alto, cielos azules y viento en cola
Esta pasión nació cuando tenía diez años. En 1933 asistió al festival aéreo en la playa de Sanlúcar de Barrameda - su ciudad natal - y al ver uno de los pocos autogiros que había en España, se dio cuenta de cuánto le gustaba la Aviación.
Su ilusión era ser piloto, pero utilizaba gafas y en aquella época las condiciones físicas para la obtención del título eran muy exigentes, no se podía tener el más mínimo defecto en la vista.
Como sus padres querían que hiciese una carrera, en 1942 se trasladó a Madrid y se decidió por la Aeronáutica.
En plena posguerra, su vida de estudiante no resultó fácil pues la principal preocupación era poder comer. Pasaba tanto frío en la pensión en la que se alojaba, que tenía que estudiar tapado con varias mantas. En ocasiones encontraba el calor en el quirófano del hospital San Carlos donde presenciaba operaciones quirúrgicas pues la medicina también le interesaba, y como él mismo bromeaba “se estaba muy a gusto a 26 grados”.
Pasó toda su juventud estudiando, ya que a los seis años de carrera había que sumar otros tres de preparación para pasar las pruebas de acceso a la Academia Militar de Ingenieros Aeronáuticos. De los 300 candidatos, Antonio fue uno de los 15 “Elegidos para la gloria”.
El Ejército le dio la oportunidad de obtener el título de Piloto Elemental pues las condiciones médicas eran menos duras. En tono irónico reconocía cómo luego no le dejaban volar: “los ingenieros no lo necesitan”, le decían. Por este motivo, hizo sus primeras 400 horas de vuelo particularmente, revalidando su título a Piloto de turismo. Aunque hubiera deseado dedicarse profesionalmente al pilotaje de aeronaves, se dio cuenta de que más que un posible trabajo, volar era un hobby para él. Además del vuelo, le encantaba estar al aire libre, practicar senderismo, esquiar y más tarde se aficionó al golf.
Con el título de Ingeniero Aeronáutico bajo el brazo y sus conocimientos de alemán, obtuvo una beca europea en Suiza, donde trabajó en una fábrica de camiones. Allí el título le sirvió de poco pues tuvo que pasar por todo el aprendizaje de una fábrica: lima, tornos, hasta llegar al departamento de prueba de motores.
Cuando regresó a España, se casó y fue destinado al Aeropuerto de Gando – Las Palmas de Gran Canaria-, allí trabajó un año en Ayudas a la Navegación y posteriormente, en 1953, volvió a Madrid donde estuvo quince años en la Dirección General de Protección de Vuelo de los aeropuertos. Fue allí donde implantó el primer sistema de aterrizaje instrumental. También comenzó a impartir clases en la E.T.S. de Ingenieros Aeronáuticos.
En 1956 le trasladan a Estados Unidos a especializarse en Electrónica y Navegación Aérea. Años después obtuvo esa Cátedra en la Escuela Técnica de Ingenieros Aeronáuticos, donde continuó dando clases.
En 1968, siendo Comandante fue destinado a la Jefatura de Transmisiones en el Ministerio del Aire, donde dirige la instalación de la Red Tacán. Entre otros destinos continúa como Inspector en la Delegación de Industria en el Ministerio del Aire, dirige varios proyectos, como el del primer avión sin tripulación.
Al ascender a Coronel, pasó al Mando de Material como Jefe de Ingeniería y Asesor Técnico en la Jefatura de Estado Mayor, dirigiendo el programa de vuelo para el proyecto del simulador del F-18
Recibió condecoraciones del Ejército del Aire: Tres cruces del Mérito Aeronáutico y la Cruz y Placa de la Orden de San Hermenegildo. Es Miembro de Honor del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire y pertenece a otras muchas asociaciones relacionadas con la aeronáutica.
Ya jubilado, siguió trabajando en diversos temas aeronáuticos: asesoría, daños a aeronaves, peritaciones judiciales, servidumbres aeronáuticas, creación de industria y talleres… Dio numerosas charlas y conferencias, como las de la “Hispano Aviación” o “El 75º aniversario del vuelo del Cuatro Vientos”.
Su pasión por estudiar e investigar todo lo relacionado con la Aviación y su interés por aprender las nuevas tecnologías, hizo que nos dejara un gran legado escrito en libros y artículos, entre los que destacan títulos como “Historia gráfica de la Aviación Española” y “Franco y el Dragón Rapide”, recibiendo premios por algunos de ellos. Coautor asimismo de libros como “Los aeropuertos españoles. Su historia 1911-1996” encargado y editado por Aena, “Los primeros vuelos y aeródromos en las capitales españolas” y “Antonio Fernández Santillana, constructor de aeroplanos y aviador”.
No me faltó trabajo -decía- y nunca me arrepentí de haber estudiado Ingeniería Aeronáutica. No concebía otra profesión.
Rosita, su esposa y compañera incondicional de vuelo, sus cinco hijas y toda su familia, así como amigos y compañeros, le rinden con estas líneas un homenaje.
Gracias Antonio por dedicar tu vida a la aeronáutica, pasión que seguirás compartiendo con todos allá donde te encuentres.
Descansa en Paz, D. Antonio González-Betes Fierro.